¿Qué me contestarías a la siguiente pregunta?:
“¿A quién crees que le hace más falta ir al psicólogo, al que hace bullying o a la víctima?”
Por fin se empieza a hablar de bullying o acoso escolar públicamente y empieza a ser un término conocido por casi todos nosotros. ¿Te suena, verdad? Es algo que ha existido siempre, sé que durante mucho tiempo sin nombre (¡como tantas cosas!), pero que afectó y afecta mucho a esa víctima cada vez más visible.
Te formulo esta pregunta por una simple razón. Se tiende a pensar que la persona que hiere, la persona que infravalora, que insulta, que falta al respeto, que aísla, que se muestra más agresiva, más altiva… es la que tiene más personalidad y más seguridad en sí misma. Y esto es absolutamente FALSO. Cuando tienes una autoestima alta y segura no necesitas hacerle daño a nadie para sentirte mejor, es más, el bienestar de los demás reforzará todavía más el tuyo. Pero herir a los demás como mecanismo de defensa es algo que sí ocurre en el bullying o en cualquier otra situación de acoso o maltrato.
El/la acosador/a (o bully) es una persona con inseguridades, con baja autoestima y que puede arrastrar desavenencias familiares. Esta situación es la que le lleva a focalizar sus esfuerzos en esa otra persona que considera más débil, con el único objetivo de que conforme la víctima se hace más pequeña él/ella se vaya haciendo más grande, más popular, más líder. ¿El origen de todo esto? Inseguridad en sí mismo/a que toma la forma de envidia y acoso. Y esto no es más que una mala gestión de sus emociones.
Por ello, una idea que nos gustaría transmitir es que viendo la terapia infantil como una ayuda, una exploración de nuestras emociones, de nuestros errores… consideramos que, como mínimo, es igual de necesaria tanto para el acosador como para la víctima. En Adamia Psicología trabajamos con el perfil de acosador o acosadora con el objetivo de que entienda a tiempo que "hundir psicológicamente a otra persona no puede ser el método para sentirse mejor", ya que esto podría acarrear muchos problemas en sus relaciones sociales posteriores.
Cuando el acosador es varón suele mostrar agresividad de una manera más física o declarada (pega o insulta), mientras que si la acosadora es una niña lo hará de una manera más sutil o no declarada (lanzando falsos rumores, aislando a la víctima de su grupo de amigas o retirándole la palabra). Sea como sea, su método será dirigir sus burlas, motes, ofensas, amenazas o agresiones hacia alguien que no tiene por qué ser más débil inicialmente, pero que adquiere miedo con el paso del tiempo. El resto de la clase (los espectadores) tenderá a reírse de sus hazañas para sentirse del grupo de los fuertes, o a mantenerse en silencio por miedo a convertirse en la próxima víctima o por la necesidad de aprobación social. Así es como el bully entiende que la violencia lo convierte en el “líder de la clase” y el más dominante, y esto reforzará su conducta disfuncional. Romper esa ley del silencio generada por el grupo de espectadores, será un paso muy importante para revertir esta situación. Nuevamente, lo que hay detrás del perfil del acosador y de los espectadores es una clara inseguridad o miedo.
Seguro que también te suena el término mobbing que hace referencia al acoso laboral, en el ámbito del trabajo, y en el que curiosamente las actitudes son muy similares, el bully adulto es muy similar al bully adolescente en cuanto a perfil de personalidad y a gestión de emociones. Por ello acaba desencadenando una situación con matices muy infantiles e inmaduros (pero igualmente dolorosa).
Entonces, ahora, ¿qué me dirías? ¿La persona que acosa no necesita ir al psicólogo o recibir algún tipo de ayuda, aprender a manejar sus emociones…? Son más visibles las repercusiones en la víctima, pero si trabajamos con el bully podremos evitar muchas situaciones de acoso posteriores.
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